Luego de tantas decepciones en primera persona,
creyó que por fin había llegado la hora de que la suerte le hiciera luces de una buena vez.
Alegando esfuerzo y perseverancia contínuas,
pidió al cielo un atisbo de lucidez para no dejarse rendir...
A su parecer, la Corte Kármica había algo en lo que estaba fallando.
Su criterio, sus formas, su manera de operar...
Tan acostumbrada a perder, a sangrar para reír,
que cuando la vida cobró a su favor, quien reinó fue la desconfianza.
Y entendió poco después que lo acaecido no era limosna, sino recompensa.
Que el que busca, tarde o temprano encuentra
(y que es más fácil cuando no se busca).
Que los obstáculos sólo servían para medir
-con la vara del sacrificio- hasta dónde se estaba dispuesto a llegar...
Esta vez, la suerte había fallado a su favor.
Y esa justicia, quien ya no se tapaba los ojos,
sino la cara, y de vergüenza,
le mostró que estaba en sí convertir crisis en oportunidad.
Era hora de acompañar la suerte con acción.
Tomar las riendas.
Dejar de oscilar entre niño y adulto a conveniencia...
Donde en esta vida, que no es más que una obra sin ensayos ni segundas toma,
debía animarse a vivir.. a decidir... a ser.